Rhododendron Elisabeth

Plante el Rododendro 'Elisabeth' en una exposición de media sombra, protegida de los vientos fríos y secantes, en un suelo fresco, húmedo y ligero, con tendencia ácida o neutra. Como todas las plantas de tierra de brezo, no tolera los suelos calcáreos ni los suelos pesados, saturados de agua en invierno. Si el suelo se mantiene fresco en verano, este rododendro también soportará una exposición al sol no abrasador. Evite plantar a su alrededor, ya que sus raíces superficiales no toleran bien la competencia de otras plantas, especialmente por los recursos hídricos.

Cave un agujero con un volumen tres veces mayor que el de la maceta. Remoje el cepellón en agua (no calcárea) y plante el arbusto al nivel del collar, en una mezcla compuesta de 1/4 de turba, compost de hojas, grava o pozzolana y tierra franca. Riegue abundantemente y mantenga el suelo fresco en verano. Las Azaleas y Rododendros tienen un sistema radicular poco extenso. Por lo tanto, temen los largos períodos de sequía. Es por eso que se recomienda un suelo enriquecido con humus y riego abundante durante los períodos secos. Además, este sistema radicular no es muy fuerte, por lo que es indispensable aligerar los suelos pesados con materiales drenantes (grava, pozzolana, bolas de arcilla) al plantar. Coloque mantillo de corteza de pino triturada alrededor del arbusto cada primavera para mantener la frescura del suelo y conservar un pH ácido.

El mantenimiento se reduce a cortar las flores marchitas en verano y limpiarlo de sus ramas muertas. Las Azaleas y Rododendros a veces pueden ser atacados por los gorgojos que comen el borde de las hojas y las raicillas, así como por el famoso "tigre del rododendro" que rara vez causa daños graves. El amarilleo de las hojas (clorosis) en el Rododendro indica una mala asimilación del hierro en el suelo y provoca la muerte prematura de la planta. Si el calcáreo es a menudo la causa, un suelo mal drenado o un cepellón plantado profundamente también pueden explicar el fenómeno.

Los "rhodos" dan lo mejor de sí en nuestros climas bretones y normandos, plantados en un suelo sin calcáreo y en un ambiente húmedo. Su cultivo en nuestros climas más cálidos y secos a menudo está condenado al fracaso a largo plazo, a pesar de todos los esfuerzos realizados para aclimatarlos.