Picea mariana Machala - Abeto negro

El Picea mariorika (x) Machala es un abeto híbrido de bajo desarrollo y crecimiento lento. Se distingue por su porte inicialmente globular, formando finalmente un magnífico domo piramidal extendido, y su follaje de un tono excepcional, azul plateado. Sus ramas un poco desordenadas se asemejan a pequeños cepillos muy densos. Su silueta lanuda es interesante en los pequeños jardines y las grandes rocallas, realzada por la esplendidez de su follaje. Es un pequeño conífero muy rústico, poco exigente en climas frescos, que aprecia los suelos drenados y una exposición soleada.

Obtenido en la República Checa en 1971 pero todavía poco común en Francia, el Picea mariorika (x) 'Machala' es una planta de la familia de las pináceas resultado del cruce entre el Picea mariana, también conocido como Abeto negro, nativo del noreste de los Estados Unidos, y el Picea omorika originario de Bosnia y Serbia. En su entorno natural, que a menudo es muy duro, estas dos especies alcanzan dimensiones respetables y muestran generalmente un porte piramidal.

La variedad mariorika (x) 'Machala' es un conífero enano de porte compacto y arbustivo, que forma después de muchos años un domo un poco más ancho que alto. Su crecimiento es lento, del orden de 7 cm por año. A los 10 años, alcanzará 80 cm de altura por 1 m 20 de envergadura. Produce ramas delgadas y muy apretadas, dispuestas en espirales regulares. Están cubiertas de agujas cortas, estrechas, suaves al tacto, dispuestas en densos racimos, y aromáticas (olor a resina). En su cara inferior se encuentran 2 bandas blancas plateadas heredadas de su progenitor Picea omorika. Están cubiertas de una cera blanca responsable en parte de los magníficos reflejos del follaje. Sus jóvenes brotes azul pálido armonizan con el follaje más viejo que muestra un tono intermedio entre el gris-azul y el verde grisáceo.

El Abeto enano mariorika merece ser descubierto y plantado más en los jardines. Con su excepcional follaje, su desarrollo muy reducido, sin mantenimiento, y su facilidad de cultivo, es una planta perfecta para las grandes rocallas y las terrazas. Se adapta a muchas situaciones y a numerosos climas, siempre que el suelo que lo recibe esté drenado y no sea demasiado calcáreo. Un mantillo cobrizo o morado colocado a su alrededor realzará bien su tono excepcional. Esta planta globular se combina bien con grandes piedras, líneas geométricas y estructuras de albañilería. Se puede asociar con coníferas enanas de porte rastrero (Juniperus horizontalis Blue Chip) columnar o piramidal. Las verdaderas cualidades gráficas de los coníferos se imponen naturalmente en el diseño de un jardín contemporáneo, que prefiere el esteticismo de las formas, las siluetas y las texturas a la danza de las floraciones. Estas plantas con una permanencia tranquilizadora estructuran duraderamente un macizo, marcan los pasillos, bordean la terraza, sustituyendo fácilmente la fuerte presencia del boj recortado o del acebo. Se combinan bien con brezos o plantas cubresuelos como aubrietas, cerastium, salvia arbustiva, así como con arbustos florales. Lo importante es jugar con los volúmenes y los colores.