Aconitum fischeri

El Aconitum fischeri, también conocido como Aconito de Fischer, es una especie botánica originaria de Siberia y Corea considerada muy cercana al Aconitum carmichaelii. Es una planta vivaz muy ornamental, tanto por su floración generosa y prolongada por un lado, como por su follaje magníficamente recortado de un verde oscuro brillante por otro. Este huésped de suelos frescos y ricos, pero drenados, es una planta de media sombra muy resistente, perfecta para aportar color y verticalidad a los macizos de plantas vivaces. Sus grandes flores casquiformes de un azul apenas violáceo se agrupan en tallos florales que generalmente prescinden de tutores. 

El Aconito de Fischer es una planta herbácea vivaz de la familia de las ranunculáceas, al igual que su primo el Delphinium. Es una planta silvestre originaria de Asia templada y del norte de Asia: Corea, este de Siberia, norte de China. En la naturaleza se encuentra en bosques, praderas y laderas herbosas, hasta 800 m de altitud. Esta planta se desarrolla a partir de un tocón carnoso con tubérculos, del que emerge en primavera un manojo erguido formado por tallos ligeramente vellosos, con hojas coriáceas, palmatilobuladas, recortadas en lóbulos estrechos, midiendo de 8 a 12 cm de largo por 12 a 15 cm de ancho. Su color es un verde oscuro brillante en el haz, el envés es ligeramente pubescente. La floración se extiende de agosto a septiembre-octubre. En el extremo de los tallos se abren espigas de flores en forma de casco, de un azul bastante intenso, ligeramente violáceo, cuya sustancia filtra admirablemente la luz. La planta florecida mide aproximadamente 70 cm de altura por 45 cm de anchura. Al final de la temporada, la vegetación aérea se seca y desaparece. 

Los aconitos sufren de una mala reputación debido a su toxicidad legendaria. Y es lamentable, porque tienen su lugar en todos los jardines siempre que dispongan de un suelo húmedo que no se seque en verano. Son robustos, muy resistentes, y su follaje está entre los más hermosos en las plantas vivaces. Son perfectos en el fondo de un macizo, junto a las digitalis y las cimicifugas, para escenas veraniegas sombrías de cuento de hadas. Se pueden plantar entre arbustos, resguardados del viento que a veces tumba sus tallos, junto a las anémonas japonesas que tomarán el relevo de su floración. También lucen muy bien delante de los follajes morados de los Physocarpus, por ejemplo. Son buenas vivaces para los bosques claros y un poco húmedos. Por último, sus flores son magníficas en ramos, con rosas y asters, por ejemplo.